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Longroiva es de esos lugares que te cambian el mapa mental de Portugal. En esta guía te contamos cómo fue alojarnos en el Longroiva Hotel Rural, por qué su piscina climatizada exterior nos enganchó desde el primer chapuzón y cómo organizamos una escapada con sabor a vino, arte rupestre y castillos de cuento. Hablaremos del atractivo del hotel; de las Termas de Longroiva y su historia; y de todo lo que ver cerca: Marialva, la bodega quinta Vale d’Aldeia, el Douro Vinhateiro, Vila Nova de Foz Côa y Penedono. Prepárate para descubrir una Portugal distinta, silenciosa y rotundamente auténtica
La primera impresión de Longroiva es la del Portugal interior más honesto: un puñado de modestas casas, un castillo asomando entre los tejados y un horizonte de almendros, olivos y viñedos. Esa calma rural es el marco perfecto para un hotel que juega en otra liga. Longroiva Hotel Rural está pensado para ser base de operaciones de una escapada con mucha tela que cortar: a un paso del Parque Arqueológico del Vale do Côa —con su museo como gran puerta de entrada a la mayor colección de arte rupestre al aire libre de Europa—, muy cerca del valle del Douro y sus miradores, y rodeado de Aldeias Históricas como Marialva.

En lo “práctico”, la ubicación es comodísima para trazar rutas en radio corto: por la mañana grabados paleolíticos y castillos, al mediodía bodega y cata, al atardecer viñedos en terrazas y, al regresar, un baño largo en agua caliente bajo las estrellas. Todo esto tiene sentido porque el propio hotel brota —literalmente— de un territorio de manantiales termales; su proyecto integra el antiguo edificio balneario y lo actualiza con habitaciones modernas, bungalows y una piscina exterior climatizada que se disfruta todo el año. Además, está “entre dos Patrimonios Mundiales”: el Arte Rupestre del Valle del Côa y el Paisaje Cultural del Alto Douro Vinhateiro, a unos diez minutos de su puerta, lo que lo convierte en una base privilegiada para explorar.
Longroiva Hotel Rural, el discreto encanto de una villa termal con mucho que ofrecer
Nuestra experiencia en el hotel empezó con un “ah, vale, esto promete” nada más entrar en recepción: piedra, madera, líneas limpias y una arquitectura que respeta el pasado sin renunciar al diseño. El complejo lo firma el arquitecto Luís Rebelo de Andrade y combina tres almas en un mismo conjunto: el antiguo balneario rehabilitado —con 2 suites y 12 habitaciones dobles—, un bloque contemporáneo con 20 habitaciones “design” abiertas al paisaje y 10 bungalows independientes que son un refugio estupendo si viajas en familia. Nos gustó esa sensación de espacio bien medido: cama grande y comodísima, ducha amplia, buen aislamiento y enchufes donde toca —parece obvio, pero no lo es—. Los materiales naturalistas (piedra y madera) y las líneas rectas dan protagonismo a lo que hay fuera: kilómetros de campo silencioso.

La piscina exterior de agua caliente es el imán que todo el mundo menciona… y con razón. Termal y climatizada todo el año, te permite entrar incluso cuando refresca y quedarte una eternidad con los chorros descargando la espalda mientras el cielo se va tiñendo de naranja. Lo mejor si viajas con peques: el ambiente es relajado y familiar, más “hotel con termalismo” que balneario solemne donde vas con miedo a salpicar. Es el plan perfecto de post-ruta: 20–30 minutos de remojo, tumbona, repetir. Como detalle práctico, el hotel integra el concepto spa & termas en su propia propuesta, de modo que el baño caliente deja de ser un extra para convertirse en parte del día.

El desayuno está a la altura del conjunto: variado, con fruta de temporada, bollería, panes, embutidos y opciones calientes. Para nosotros, que solemos salir temprano, fue un plus encontrar variedad sin tener que esperar; la reposición es ágil y se nota que hay mimo. Por la noche probamos el restaurante del hotel —cocina regional con producto local— y salimos con sonrisa: platos bien ejecutados, raciones justas (ni minimalistas ni pantagruélicas) y una carta de vinos en la que brillan referencias del Douro. Si te apetece quedarte “en casa” tras un día de visitas, es una opción sólida que permite alargar la velada sin coger el coche.

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Termas de Longroiva: una historia (muy) larga y aguas con carácter
Longroiva es termal desde muy antiguo. La tradición y las fuentes locales sitúan el uso de estas aguas al menos desde época romana, y durante siglos el complejo mantuvo una estructura “de tipo romano” con dos tanques separados para hombres y mujeres. En los primeros reinados portugueses, las termas formaron parte del patrimonio de la Orden del Temple; tras su extinción en tiempos de D. Dinis, pasaron a la Orden de Cristo. La devoción a Nossa Senhora do Torrão se vinculó durante mucho tiempo a los baños, con una capilla en el lugar donde los templarios levantaron su primer templo cristiano local. Hoy las Termas de Longroiva funcionan en instalaciones modernas con programas de salud y bienestar: indicaciones, tratamientos (respiratorio, reumatología, relax) y horarios cambian a lo largo del año, así que lo más sensato es consultarlo y reservar en su web oficial.

Qué ver en el entorno de Longroiva Hotel Rural
Longroiva es estar en medio de un triángulo perfecto: patrimonio histórico, viñedos y naturaleza. A nosotros nos funcionó muy bien combinar mañanas de aldeas amuralladas y arte rupestre con tardes de miradores del Douro y bodegas. Aquí van las paradas que más disfrutamos —todas en radio corto— y cómo exprimir cada una.
Marialva
A pocos minutos del hotel te espera Marialva, una de las Aldeias Históricas de Portugal y, para nosotros, la mejor clase de historia medieval al aire libre de todo el viaje. Cruzar su puerta amurallada es entrar en una secuencia perfecta: barbacana, adarves, torreones semicirculares y casas de granito que parecen haberse detenido en otra época. La Cidadela —núcleo amurallado— y el Arrabalde explican, a tamaño humano, cómo se vivía en la frontera entre los reinos ibéricos. Subimos hasta las ruinas del castillo para abrir el plano de las Beiras y entender por qué esta raya fue tan disputada; la vista al atardecer convierte el granito en oro viejo. Consejo práctico: ve a última hora de la tarde, cuando la luz suaviza y la aldea se queda casi para ti; si te gusta leer in situ, el panelado histórico de la red de Aldeias Históricas ayuda a identificar puertas, torreones y la ermita extramuros.

Bodega Quinta Vale d’Aldeia
Si eres de vinos, esto es parada obligatoria. Quinta Vale d’Aldeia es una bodega joven con alma familiar en el Douro Superior, nacida con la idea de producir vinos de alto nivel en torno a Mêda y Vila Nova de Foz Côa. La visita nos sorprendió por dos motivos. Primero, su bodega de tres niveles, inaugurada en 2009, que se integra en la ladera y permite vinificar por gravedad sin maltratar la uva; gran parte de la estructura queda “enterrada”, lo que ayuda a estabilizar temperaturas y a mimetizar la arquitectura con el paisaje de almendros. Segundo, su enfoque de equilibrio entre tecnología y tradición, una combinación que se nota en blancos muy limpios y tintos con nervio. Lo mejor de todo es que si te alojas en Longroiva Hotel Rural puedes realizar la visita a la bodega completamente gratis.

Douro Vinhateiro
Moverse unos kilómetros hacia el oeste te mete en el Douro Vinhateiro, Paisaje Cultural reconocido por la UNESCO. Es el milagro —y la belleza— de un territorio modelado a mano durante siglos: bancales infinitos, muros de piedra seca, quintas y un río que manda. Basta con asomarse a un mirador para entender la dimensión del trabajo humano que hay detrás de cada copa. Una manera sencilla de recorrerlo desde Longroiva es bajar hacia Pocinho y seguir la ribera en dirección a Vila Nova de Foz Côa y Peso da Régua, parando en miradores y pequeñas estaciones con sabor ferroviario. Si te tienta el plan de un crucero corto o prefieres combinarlo con una cata en una quinta abierta a visitas, echa un vistazo a nuestras guías de Régua y Pinhão.

Vila Nova de Foz Côa y el Museu do Côa
Si tuviéramos que quedarnos con una sola visita cultural cercana, sería esta. El Museu do Côa es el prólogo perfecto para —si puedes— reservar visita a los sitios rupestres del parque. La museografía está muy bien resuelta: te sitúa en el tiempo largo y te prepara para mirar la roca con otros ojos; además, el propio edificio corona la confluencia del Côa con el Douro, un balcón extraordinario al paisaje. Nuestro consejo práctico: empieza por el museo por la mañana, come algo en Foz Côa y, por la tarde, únete a una visita guiada a uno de los núcleos (Penascosa, por ejemplo). En la web oficial del Côa Parque puedes consultar fechas, cupos y modalidades (4×4, a pie, en barco) y hacer la reserva con antelación; en las fichas verás que el valle reúne más de mil afloramientos con grabados, identificados en más de 80 sitios, muchos del Paleolítico Superior. El propio museo, inaugurado en 2010, celebra la convivencia de dos Patrimonios Mundiales vecinos: el arte del Côa y el paisaje vinícola del Douro.

Penedono, nuestro castillo favorito de Portugal
Decir “nuestro favorito” en un país con tantos castillos suena atrevido, pero Penedono nos ganó por esa mezcla de fortaleza menuda y perfil de cuento: un hexágono irregular, torres rematadas con almenas poderosas y un emplazamiento que parece pensado para posar. La postal desde la plaza empedrada con el pelourinho es insuperable. Si está abierto, entra y sube que además es gratis: la vista desde lo alto resume la comarca en 360 grados. A nivel histórico, el castillo estuvo ligado a la familia Coutinho; durante la crisis dinástica de 1383–1385, apoyaron al Maestre de Avis (futuro D. João I) y desde entonces el linaje quedó anclado al imaginario de la frontera. Si te pillan ganas de algo dulce, busca una padaria y acompaña el castillo con una bola de Berlim (no será muy ortodoxo, pero sienta de cine).



