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Lisboa tiene ese magnetismo que te atrapa a la primera —o a la segunda— y ya no te suelta. Es una ciudad imprescindible por su luz que se derrama sobre el Tajo, por sus colinas que se suben con calma y se bajan con una sonrisa, y por barrios que mutan a cada esquina sin perder el alma. En este post te contamos, con nuestra mirada y experiencia, qué ver en Lisboa en 3 y 4 días. Encontrarás consejos prácticos, visitas imprescindibles y escapadas cercanas, todo verificado con fuentes oficiales y con nuestro propio material de trabajo, para que organices tu viaje con criterio y disfrutes Lisboa sin prisas.
La historia de Lisboa es una novela tan trepidante como verídica: fenicios, romanos y musulmanes se sucedieron antes de que, en 1147, Afonso Henriques conquistara la ciudad con la ayuda de cruzados del norte de Europa. En los siglos XV y XVI, Lisboa se convirtió en epicentro de un imperio que se expandía por los océanos; de entonces datan las grandes obras manuelinas que hoy nos siguen dejando con la boca abierta. El 1 de noviembre de 1755, un terremoto, incendio y tsunami arrasaron la ciudad, pero de aquella tragedia nació la Baixa pombalina, un barrio a escuadra y cartabón que marcó el urbanismo moderno de la capital. Desde entonces, Lisboa ha sabido rehacerse una y otra vez: del regicidio de 1908 a la proclamación de la República en 1910, de la dictadura más larga de Europa occidental a la Revolución de los Claveles de 1974, y del incendio del Chiado en 1988 a la Expo’98 que abrió su ribera al siglo XXI. Nosotros la hemos visitado tres veces. La primera, con lluvia inmisericorde, nos mostró una Lisboa gris, casi vacía, de saudade espesa. La segunda, en un puente del 1 de mayo, fue la reconciliación: sol implacable, fachadas que brillaban, tranvías cantando en cada curva. La tercera ya fue con Alejandro, nuestro pequeño explorador. Volvimos a patearla de arriba abajo con una sensación agridulce por la avalancha turística —Lisboa corre el riesgo de morir de éxito—, aunque aún guarda remansos de autenticidad. En el Bairro Alto, a primera hora, solo se oyen tus pasos. Y Estrela se nos reveló como un hallazgo feliz: basílica, jardín, churrasqueiras y vida de barrio que te reconcilia con la ciudad.

Consejos prácticos para viajar a Lisboa
Lisboa se disfruta a pie, con metro cuando las cuestas aprietan y mirando el skyline desde el agua. Elegir bien la zona donde dormir, entender cómo funciona la red de transportes y saber cruzar el Tajo en ferry te ahorrará tiempo y energía.
Cómo llegar a Lisboa
🚗 En coche, Lisboa está conectada por la A1 desde el norte y la A2 desde el Algarve. Si vienes desde España, las autovías te dejan en los grandes accesos de la capital, ya sea por el puente 25 de Abril o por el Vasco da Gama. Te aconsejamos aparcar en tu alojamiento y olvidarte del coche: las cuestas, calles estrechas y restricciones de tráfico hacen que el transporte público gane por goleada.
🚆 En tren, Lisboa cuenta con varias estaciones clave —Santa Apolónia y Oriente— enlazadas con el resto del país y con España.
✈️ En avión, el Aeropuerto Humberto Delgado está integrado en la ciudad y enlaza con el centro mediante la red de metro, lo que facilita muchísimo el primer contacto.
Dónde alojarse en Lisboa
Hemos probado dos hoteles en una zona que recomendamos sin titubeos: el entorno del Parque Eduardo VII y Avenidas Novas, bien comunicado, con servicios y más tranquilo que el casco histórico. El Hotel Canadá, a un breve paseo de Saldanha, ha sido nuestra base funcional cuando buscábamos algo sencillo y práctico, con metro cerca para moverte sin depender del coche. El Olissippo Marquês de Sá, junto a São Sebastião, nos ofreció más confort y una conexión excelente tanto por la línea Roja como por la Azul: bajar a la Baixa o llegar desde el aeropuerto es facilísimo desde aquí, algo que agradecimos especialmente viajando con el peque.
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Cómo moverse por Lisboa
El Metro de Lisboa es la columna vertebral del transporte urbano: líneas claras por colores, estaciones bien señalizadas y conexiones cómodas entre el centro, Avenidas Novas, Oriente y el aeropuerto. Para estancias cortas, la Viva Viagem / navegante ocasional resulta práctica y se recarga directamente en máquinas y taquillas; solo hay que validarla al entrar. Los mapas y diagramas oficiales te ayudan a planificar sin rodeos y a ubicar accesos, ascensores y conexiones.

Cuando quieras ver Lisboa desde otra perspectiva, súbete a los ferries del Tajo. La red de Transtejo/Soflusa enlaza Cais do Sodré–Cacilhas, Cais do Sodré–Seixal, Terreiro do Paço–Barreiro y Belém–Porto Brandão–Trafaria. Son rutas frecuentes, parte de la vida cotidiana, y perfectas para escaparte a la otra orilla y disfrutar de primerísima línea del puente 25 de Abril y el perfil de la ciudad.
Qué ver en Lisboa en 3 días
Tres días dan para tomarle el pulso a Lisboa con fundamento. Aquí va un recorrido por los imprescindibles que, una y otra vez, nos hacen volver. Nos centramos en los barrios y monumentos clave, tal y como pediste, y ampliamos con pinceladas que ayudan a mirarlos mejor.
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Baixa y Rossio: Lisboa renacida
Tras el terremoto de 1755, la Baixa resurgió como un tablero de calles rectas y plazas luminosas: la obra maestra del marqués de Pombal. Caminar la Rua Augusta, con músicos callejeros y terrazas, y leer la toponimia de las calles —zapateros, guarnicioneros, doradores, cuchilleros o bacaladeros— es un viaje a la Lisboa gremial que volvió a levantar cabeza con una cuadrícula que aún hoy impresiona por su sensatez. La Praça Dom Pedro IV, el Rossio, late a todas horas bajo la mirada del primer emperador de Brasil; sobre estos adoquines ondulantes se vivieron autos de fe, manifestaciones y la Revolución de los Claveles. No te pierdas la Estação do Rossio, con su fachada neomanuelina de arcos de herradura, que sigue siendo la puerta ferroviaria hacia Sintra. Esta zona es perfecta para “leer” la ciudad: soportales, tiendas centenarias y cafés donde repasar la jornada.

Praça do Comércio y Ribeira das Naus: la gran puerta al Tajo
La Praça do Comércio —el antiguo Terreiro do Paço— fue palacio real antes del seísmo y hoy sigue siendo la sala de estar de Lisboa. Sus fachadas amarillas, la estatua de José I y el Arco da Rua Augusta (es posible subir y ofrece unas vistas espectaculares de la praça do Comércio y la Baixa) construyen un escenario monumental que desemboca directamente en el río. Nos encanta cruzarla a distintas horas: al amanecer, cuando la luz arrulla las columnas, y al atardecer, cuando el Tajo se pone dorado. A un paso, Ribeira das Naus ha devuelto a los lisboetas un paseo fluvial que se disfruta como una “playa urbana” sin arena: bancos, gradas frente al agua y esa brisa que te reconcilia con el día. Es un lugar fabuloso para entender cómo el río estructura la vida de la ciudad y cómo siempre ha sido su puerta de entrada.

Alfama: perderse para encontrarse
A los pies del castillo, Alfama conserva el trazado morisco de cuestas en zigzag, plazuelas con palmeras y casas apiñadas que miran al Tajo. Aquí Lisboa suena a conversaciones de vecinas tendiendo la ropa, a sardinas en parrillas abiertas, a fado que sale de una ventana y a tranvías que traquetean sin prisa. Recorriéndolo sin mapa llegarás a la Sé —catedral de aspecto fortaleza—, cuyo claustro gótico guarda una excavación arqueológica con estratos romanos, islámicos y medievales; también al Museu do Fado, que contextualiza con cariño la música que nació en estas calles. Si te quedan ganas de subir, continúa hacia Graça: el Panteão Nacional —con su cúpula de mármol rosa y mirador interior— y el Mosteiro de São Vicente de Fora, cubierto de azulejos blanquiazules, redondean el paseo.

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Castelo de São Jorge: Lisboa a tus pies
El Castelo de São Jorge ocupa la colina más alta y, desde sus murallas y patios sombreados, Lisboa se ordena de golpe: tejados encaramados, el Tajo abriéndose paso, el 25 de Abril dibujando una línea roja en el horizonte. Es una fortaleza de origen islámico (s. XI) que invita a caminar despacio por caminos de ronda y miradores que van cambiando la ciudad en cada giro. A nosotros nos gusta llegar con calma desde Alfama, situar los barrios desde arriba y reconocer luego los mismos puntos callejeando de nuevo.
Chiado, Carmo y São Roque: elegancia y memoria
El Chiado representa la Lisboa culta y elegante: cafés literarios, teatros, librerías y boutiques en edificios dieciochescos. La herida del incendio de 1988 forma parte de su memoria, igual que las ruinas góticas del Convento do Carmo, abiertas al cielo desde 1755 y convertidas en escenario perfecto para entender el antes y el después del terremoto. El Museo Arqueológico del convento sorprende con sarcófagos del siglo IV, azulejería del XVI y otras piezas que cuentan mil años de historia. Muy cerca, la Igreja de São Roque guarda el asombro en su interior: capillas cubiertas de mármoles y dorados, y la fastuosa Capela de São João Baptista, un derroche de lapislázuli, alabastro y amatista que contrasta con la sobriedad de su fachada. Si te atrae el arte contemporáneo, el Museu do Chiado ocupa el antiguo Convento de São Francisco y suele programar exposiciones que te meten de lleno en el arte portugués de los siglos XIX y XX.

Bairro Alto y el Miradouro de São Pedro de Alcântara: la postal imprescindible
El Bairro Alto duerme de día y se enciende por la noche. Nosotros preferimos su cara diurna, cuando los grafitis parecen respirar y el silencio permite escuchar el zumbido lejano del centro. Arriba te espera el Miradouro de São Pedro de Alcântara, un jardín-mirador con fuentes y bustos clásicos donde la ciudad se presenta como una maqueta: la Baixa a tus pies, el castillo enfrente, la línea de la Avenida da Liberdade, e incluso los miradores de Graça asomando allá arriba. Lo normal sería subir en el Ascensor da Glória, pero debes saber que el funicular permanece fuera de servicio tras el accidente del 3 de septiembre de 2025. Las autoridades han mantenido la suspensión mientras se revisa a fondo la seguridad; la calle (calçada) reabrió al tráfico peatonal, pero el elevador continúa sin fecha oficial de reapertura. Planifica, por tanto, subir a pie o en autobús y disfrutar igualmente del mirador.

Belém: Jerónimos, Torre y orilla atlántica
Belém es la Lisboa de los Descubrimientos, con la ribera abierta a jardines, museos y paseos junto al agua. El Mosteiro dos Jerónimos es, probablemente, el mejor manifiesto del manuelino: claustros filigranados de piedra dorada, columnas que parecen troncos vivos, símbolos marineros como la esfera armilar, y, en la iglesia, las tumbas de Vasco da Gama y Camões. La visita emociona por su belleza y por lo que significa en la historia del país.

La Torre de Belém, fortaleza ligera que vigila el Tajo, es icono absoluto de Lisboa y Patrimonio Mundial. A su alrededor, el paseo te lleva hasta el Padrão dos Descobrimentos y al Jardim da Praça do Império, antes de seguir el cauce hacia el contemporáneo MAAT. Remata la zona según tus gustos: carruajes dorados en el Museu Nacional dos Coches, arte y arquitectura en el Centro Cultural de Belém, o una pausa dulce que ya sabes cuál es.

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MAAT y ribera de Alcântara: arquitectura y horizonte
En la orilla, el MAAT (Museu de Arte, Arquitetura e Tecnologia) traza una ondulación blanca que invita a caminar por encima y por debajo; su arquitectura juega con la luz y el agua como pocas. El interior apuesta por exposiciones que cruzan arte, tecnología y pensamiento urbano. Siguiendo la ribera hacia Alcântara, el paisaje mezcla grúas, puentes, vías de tren y naves reconvertidas. Es una caminata que nos encanta porque sintetiza la Lisboa portuaria que fue y la creativa que es. Muy cerca, el Museu do Oriente explora con rigor el vínculo histórico y cultural entre Portugal y Asia en un antiguo secadero de bacalao, una visita perfecta si te atrae esa parte de la historia lusa.
Qué ver en Lisboa en 4 días
Con una jornada extra, Lisboa se abre a barrios menos trillados, grandes museos, parques y miradores que completan la visión de la ciudad. Aquí ampliamos para que ese cuarto día sea tan intenso —o tan sosegado— como quieras.
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Estrela: vida de barrio entre basílica y jardín
Estrela fue nuestra gran sorpresa del último viaje. La Basílica da Estrela brilla por fuera y asombra por dentro: mármoles, proporciones, luz filtrándose hasta las capillas; un templo neoclásico que se ve desde media ciudad y que, sin embargo, guarda silencio en su interior. Enfrente, el Jardim da Estrela funciona como plaza mayor del barrio: estanques, kioscos, columpios, sombras para tumbarse con un libro y cafés al aire libre donde pasan las horas a ritmo lisboeta. Completa el retrato el tejido cotidiano: churrasqueiras que perfuman las calles, colmados de toda la vida y ese vaivén vecinal que tanto disfrutamos con Alejandro correteando entre los bancos.

Parque Eduardo VII, Mãe d’Água y Gulbenkian: respirar arte y vistas
Subir al Parque Eduardo VII dibuja con la vista el eje perfecto: Marquês de Pombal, Avenida da Liberdade, Baixa y, al fondo, el brillo del Tajo. Entre el verde del parque y los invernaderos, Lisboa se estira y te regala aire. A pocos pasos, el depósito de Mãe d’Água recuerda la ingeniería del XIX: una gran cámara de piedra, ecos de agua, escaleras que suben a una terraza con vistas al acueducto y al barrio. Para una tarde cultural con mayúsculas, el Museu Calouste Gulbenkian es esencial: de las máscaras doradas egipcias a porcelanas Qing, medallones romanos, alfombras persas, Rembrandt, Van Dyck, Rubens y la joyería de René Lalique —su Libélula es un icono—. Si te queda tiempo, el vecino Centro de Arte Moderna completa el recorrido con arte portugués e internacional del siglo XX. Esta zona, además, es magnífica para alojarse y moverse: tranquilidad, parques y metro a mano.

Alcântara creativa: LX Factory, Museu do Oriente y el borde del Tajo
LX Factory ha convertido viejas naves en un ecosistema de librerías, talleres, galerías y cafés. Nos gusta ir entre semana, cuando puedes charlar con libreros y artesanos, y los murales se disfrutan sin prisa. Muy cerca, ya en la ribera, el Museu do Oriente despliega una museografía envolvente —salas negras donde flotan piezas, mapas, maquetas y artes escénicas— que explica con claridad cómo se tejieron las relaciones entre Portugal y Asia a lo largo de los siglos. Cierra el día caminando junto al río, con el 25 de Abril sobre tu cabeza y los muelles recordándote que Lisboa sigue siendo ciudad portuaria.
Parque das Nações y el Oceanário: la Lisboa del siglo XXI
Al este, la Lisboa que miró al futuro con la Expo’98 propone paseos anchos, arte público, jardines ribereños y el Oceanário, uno de los grandes acuarios de Europa. Sus tanques envolventes te hacen sentir que caminas por el fondo del mar, entre tiburones cebra y mantas que vuelan como alfombras. Es un plan redondo en familia —Alejandro todavía recuerda los peces neón— y un contrapunto perfecto a las callejuelas históricas. La llegada es sencilla: tren o metro hasta Oriente, y a partir de ahí todo es pasear. Si te interesa, el Pavilhão do Conhecimento añade ciencia interactiva para peques: tornados, pompas gigantes y bicicletas en “cuerda floja” para perder el miedo a la física.
Miradores de Graça y Senhora do Monte: despedirse desde arriba
Si te queda tiempo, guarda un atardecer para Graça y Nossa Senhora do Monte. Son miradores que atan cabos: la colina del castillo, las siete colinas verdaderas (y metafóricas), el 25 de Abril, el Tajo. Desde aquí la ciudad se entiende de un vistazo y uno promete volver. Y, de bajada, puedes rematar en el Campo de Santa Clara o en la cuesta hacia Alfama con la cúpula blanca del Panteão marcando el camino.

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Qué ver cerca de Lisboa
Lisboa tiene alrededor un abanico de excursiones de un día tan variado que cuesta elegir. Estas son nuestras favoritas, perfectas para completar cuatro o cinco días en la zona y muy en la línea de lo que solemos recomendar.
Cacilhas está a un ferry de Cais do Sodré y ofrece una de las panorámicas más bonitas de Lisboa. El viaje en barco ya es parte del plan; del otro lado, el paseo ribereño te regala el puente 25 de Abril a tiro de foto, la ciudad de frente y el ascensor da Boca do Vento como punto final perfecto para ver caer el sol. Es uno de esos planes sencillos que repetimos cada vez que podemos.
Sintra es la escapada romántica por excelencia: palacios y quintas entre bosques húmedos, azulejos y caprichos arquitectónicos. Está cerca, pero pide cabeza fría: mejor elegir dos o tres lugares y saborearlos que tratar de verlo todo. Sus microclimas, su niebla baja y sus miradores hacen el resto.

Setúbal nos tiene ganados por su mezcla de patrimonio, mercados vivos, delfines en el estuario del Sado y playas de postal en el Parque Natural da Arrábida. Es una excursión redonda, muy accesible desde Lisboa, que combina cultura, naturaleza y la gran cocina marinera de la zona.
ℹ️ Consulta nuestra guía con todo lo que ver y hacer en Setúbal
Y si te tira el Atlántico salvaje, Peniche y su entorno son una gozada. Entre la fortaleza, Cabo Carvoeiro y el tómbolo de Baleal tienes para un día completo. En temporada, la guinda es navegar a las Berlengas, reserva de la biosfera con aguas turquesa y un fuerte que parece colgar sobre el mar. Es una experiencia que siempre recomendamos a quien busca ese punto de aventura y mar abierto.
ℹ️ Consulta nuestra guía con todo lo que ver y hacer en Peniche
Dónde comer en Lisboa barato
Comer bien y barato en Lisboa es posible si te sales un poco del radar más turístico. Nosotros seguimos apostando por esas tascas que huelen a brasas y por las casas de comidas donde el menú del día es religión. En nuestro último viaje repetimos cinco direcciones que nos funcionaron de maravilla —y que ya contamos con detalle—: Churrasqueira O Lavrador en Estrela (esas brasas precisas), Jaguar para pescado del día sin maquillaje, O Cartaxinho con su cocina casera de siempre, Casa das Bifanas para un bocado rápido en el centro, y Floresta de Santana, tasca escondida de las que crean adicción. Si quieres las ubicaciones exactas y nuestras sensaciones plato a plato, lo tienes todo recopilado en nuestro artículo específico de comer barato en Lisboa.



